Dejadme contarles una experiencia:
Un día, nuestra profesora consejera se me acercó preocupada, porque los profesores no podían llevarse bien con Manuel, un niño de 14 años: Molestaba a la clase y, sin ninguna causa discernible, de repente se enfurecía, vociferando también palabrotas, lo que, lógicamente, provocaba la indignación de los profesores y nadie podía entender esto. Nada surtía efecto: buenas palabras o amenazas de castigo, incluso una posible expulsión del colegio, nada, y los padres ya no sabían qué hacer.
Entonces, ¿qué hicimos? Primero asistí a clases con su grupo, conversé después con Manuel, usando un cuestionario basado en el Eneagrama de la Personalidad, redacté finalmente un informe y se lo expliqué a Manuel, así como a sus padres, a la dirección del instituto y a los maestros involucrados.
¿Con qué resultado?
Constaté que Manuel era un chico reservado en plena pubertad, a quien no le gustaba aparecer en el primer plano, tampoco mostró interés por figurar, pero le gustaba dejar que los demás tomaran la iniciativa mientras que él asumía el papel del «buen oyente» con su don de observación.
Dado que ni los maestros ni los compañeros de clase estaban realmente interesados en él, sino que le juzgaban y condenaban, él se sentía injustificadamente humillado, lo que contradecía su concepto de verdad y justicia y, obviamente, suscitaba ira y enojo en él. Pero él reprimía sus sentimientos hasta que, de repente, estallaban de una manera volcánica. Luego se culpaba a sí mismo, lo que le llevó a la auto-degradación, el auto-desprecio, e incluso al cinismo, también con actos auto-agresivos.
Al final, reaccionó con abstinencia y fue considerado un estudiante mediocre y desinteresado que rápidamente fue pasado por alto, no tenía amigos e incluso se convirtió en víctima de acoso escolar, por lo que desarrolló más y más temores. En consecuencia, su principio rector en la vida fue: «Tengo que retirarme, de lo contrario habrá conflictos y seré rechazado.”
Pero en realidad, su gran deseo era ayudar a la gente a entenderse mejor. Quería seguir los pasos de los grandes psicólogos, quería actuar como mediador y pacificador, ayudando a afirmar un mundo más humano.
Conociendo un poco el Eneagrama, sus maestros habrían reconocido su gran potencial psicológico, del cual los franciscanos Rohr y Ebert decían que «a personas como él se podría confiar el mundo con buena conciencia y sin temor a que buscara enriquecerse, o que explotara a los demás. Este tipo de personas tal vez podría salvar al mundo». (Rohr,Ebert, El Eneagrama. Los nueve rostros del alma, p.231).
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¿En qué terminó, finalmente, este caso?
Los profesores cambiaron su actitud y desarrollaron un comportamiento más consciente, en la medida en que ahora veían a Manuel como una personalidad con potenciales psicológicos y como sujeto-actor en el aula. Como resultado, fue progresivamente integrado a los grupos de trabajo según su talento, por lo que él empezó a experimentar auto-eficacia y la clase se vió enriquecida por sus aportes desde nuevas perspectivas. Además, Manuel y sus padres acordaron conmigo un «entrenamiento potencial» para fortalecer su auto-percepción y su auto-estima.
También, Manuel decidió participar en proyectos sociales en cooperación con la Iglesia, lo que le dio la oportunidad de defender la justicia en el mundo y experimentarse a sí mismo como mediador y pacificador. Pudo entonces sentir que otros creían en él, lo que le convenció de estar en condiciones de cumplir con la tarea de su vida.