No siempre es necesario “reinventar la rueda”, sino simplemente escuchar lo que nuestra lengua tiene que decirnos:
Los humanistas del siglo XVIII entendieron por «educare» (latín) ‘ tomar conciencia de los potenciales psíquicos y mentales y salir de la inmadurez causada por los sistemas de creencias.’ Para ello, parte de la premisa de que el ser humano, como ser dotado de espíritu, es capaz de utilizar su propia mente.
Continuamos: Mientras que el término «conocer» se refiere a un cierto nivel de conocimientos que van a ser adquiridos, «reconocer» apunta a un rendimiento cualitativamente superior, a saber, un proceso consciente de cognición propia, generado de forma independiente y de efecto duradero.
El concepto «captar» se refiere a un proceso de instrucción orientado a la acción o a la experiencia, y «comprender» designa el resultado de este proceso educativo, el logro de un nivel superior y con lo cual el sujeto está ahora en condiciones de pasar a la acción.
Así, nuestra lengua nos proporciona la definición de educación.
¿Qué se desprende de todo esto?
De ello se deduce que el alumno, en el proceso educativo, debe ser el sujeto que gobierna el desarrollo de sus potenciales, lo que puede demostrarse por la alegría innata del niño por aprender, ya que incluso en los 3 primeros años de vida logra aprender por sí solo, sin colegio, un idioma, pese a su complejidad (prosodia, semántica, sintaxis, etc.). El niño se desarrolla desde un bebé hasta convertirse en un ser independiente y con personalidad propia.
Estos fenómenos de desarrollo autónomo del niño demuestran que los programas genéticos y neurobiológicos naturales del niño no precisan de ninguna inducción externa para desplegarse plenamente si encuentran condiciones apropiadas para ello. Hoy sabemos que los patrones de redes y señales que se producen individualmente en el cerebro del niño estructuran sucesivamente una personalidad única, de modo que el niño se convierte en el arquitecto de su vida. Esta realidad se yergue en contraposición a la creencia común desde el S.XIX en el sentido de que el niño es una “caja vacía” que debe ser llenada por un sistema educativo y disciplinario.
Este prodigio neurobiológico atestigua un potencial inherente, que es esencialmente propio del «ser humano», derivado del sánscrito «mens» = hombre espíritu. Así pues, la lengua ya contiene una imagen espiritual del ser humano, así como todas las conceptualizaciones que conforman el proceso educativo.
El alumno es un sistema vivo
Un ser creativo, con libertad interior para pensar y
para configurar su entorno y su camino en la vida en
responsabilidad consigo mismo y con los demás.
¿Es compatible la complejidad moderna de un sistema vivo con las estructuras jerárquicas tradicionales?
Cuando el niño ha demostrado en sus tres primeros años de vida que es un «sistema vivo» que tiene una curiosidad natural por la vida y aprende de forma independiente y con entusiasmo, no hay ninguna razón para interrumpir o acelerar este exitoso proceso.
Por el contrario, el deseo de aprender debe ser asegurado didáctica- y metódicamente en el contexto escolar, incorporado junto a compañeros y mentores a una comunidad apreciativa. Allí desarrolla una conciencia de sus capacidades y de los propios límites personales, así como del respeto y responsabilidad por sus compañeros.
Puesto que no hay solamente una realidad (la del profesor, del estado), sino muchas realidades (la de cada alumno), no se justifica ni tratar al alumno como «objeto trivial» ni aplicar estructuras jerárquicas anticuadas, que imponen la «única» verdad al niño mediante el control externo.
Conviene adoptar una visión orgánica- sistémica de la educación: El aprendizaje no es un proceso estático, que va de arriba a abajo, empezando por el profesor, sino que se entiende como organización del aprendizaje, cuyos actores se sienten todos responsables del proceso educativo.
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Padres y mentores: ¿deben cambiar la imagen que tienen de sí mismos?
Si hablamos de un «sistema vivo» en un organismo de este tipo, entonces los padres y tutores también son «sistemas vivos» y su tarea pedagógica se transforma en la de un sustento del aprendizaje educativo y del desarrollo de potenciales del joven.
Padres y mentores, con su amor por el joven, se comprometen consecuente-mente a su servicio, y comprenden que no les corresponde hacer del alumno el objeto de sus expectativas, valoraciones y medidas.
Ninguna persona tiene autoridad interpretativa sobre la otra y el mentor debe permanecer auténtico en su tarea y no contradecirse a sí mismo calificando o seleccionando a los alumnos, debiendo permanecer siempre una persona digna de confianza para los alumnos.
Es por ello que la evaluación de los resultados mediante los modernos procedimientos de examen tiene lugar separadamente del proceso de aprendizaje.